AVISO. POR LA NATURALEZA DE LOS TRABAJOS DE ESTE BLOG, EL ARGUMENTO E INCLUSO EL FINAL DE LAS PELICULAS SON REVELADOS.

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domingo, 25 de noviembre de 2018

EL INCREIBLE HOMBRE MENGUANTE (Jack Arnold, 1957): del empequeñecimiento del yo.

El increíble hombre menguante (The incredible shrinking man, 1957), dirigida por Jack Arnold, es una de mis películas favoritas de la llamada década dorada de la ciencia ficción (1950-1960). Su director es además uno de sus grandes representantes, director de otras dos grandes películas de la época como son "Llegaron desde el espacio exterior" (It came from the outer space, 1953), o "El monstruo de la laguna negra" (The creature from the black lagoon, 1954), esta última influencia fundamental de la oscarizada recientemente "La forma del agua" (The shape of water, 2017), tal y como reconoce Guillermo del Toro, además de otras como Tarántula (1955) o Regreso a la Tierra (This island Earth, 1955). 

Su argumento parte del encuentro que su protagonista, el publicista Scott Carey (Grant Williams), quien con su esposa Louise (Randy Stuart) se hallan tomando el sol en una embarcación en medio del mar, va a tener con una nube radiactiva, y cuya consecuencia va a ser el inicio de un proceso por el que su cuerpo va a ir empequeñeciéndose progresivamente.

El objeto que me lleva a traer este clásico de la ciencia ficción a este blog tiene que ver en como me impresionaron las palabras de su escena final, cuando su tamaño empieza a hacerse tan pequeño como el de una hormiga, y aun más, y en las que dice:

¡Qué próximos están lo infinitesimal y lo infinito! De pronto comprendí que, en realidad, eran los dos extremos de un mismo concepto. Lo increíblemente pequeño y lo increíblemente grande se encuentran en un momento dado para cerrar un gigantesco círculo… Sentí como si pudiera abrazar el cielo… El Universo, infinitos mundos… El maravilloso tapiz tejido por Dios se extendía sobre mí en la noche… Y en ese momento conocí la respuesta al enigma del infinito. Hasta entonces había pensado dentro de la limitada dimensión humana. Que la existencia tiene un principio y un fin es un concepto humano- no divino. Sentí que mi cuerpo disminuía, se disolvía, se convertía en la nada. Desapareció el miedo y se convirtió en aceptación. ¡Toda la majestuosa grandeza de la creación debía tener un significado y yo tenía un significado! ¡Sí, yo, el más pequeño entre los pequeños también tenía un significado…Para Dios no existe el cero! ¡Yo sigo existiendo!


El encuentro de Scott con la nube radiactiva

Esta reflexión de Scott entronca con una mía sobre la que vengo abundando en los últimos comentarios, sobretodo en esta sección de "Cápsulas de cine y psicología" (pulsa aquí para entrar en ella), en las que contrasto la oposición entre el narcisismo que he llamado egocéntrico y el sano narcisismo trófico (ver entrada dedicada a Avatar - pulsa aquí para acceder a ella -), o lo que es lo mismo, del narcisismo que sólo se tiene en cuenta a sí mismo dada su marcada falta crónica, al que sosteniéndose más a sí mismo se orienta a la realización de sus deseos a la vez que también reconoce al otro como distinto y que establece compromisos con el mundo externo.

Una de las metáforas sobre la que nos permite reflexionar "El increíble hombre menguante" es, precisamente, que una de las maneras de comprender nuestra posición en el cosmos y en la existencia pasa por perder nuestra importancia, o lo que es lo mismo, por dejar atrás la mirada antropocéntrica - el equivalente cósmico de la mirada egocéntrica - y en la que, como una especie cuyos individuos somos conscientes de sí mismos, se refleja esta falta o carencia fundamental que nos habita. Efectivamente, vemos en Scott este proceso a través de la rabia que desarrolla hacia Louise al tener que ir observando como se hace cada vez más pequeño ante ella, a pesar de que ella sigue amándole, preocupándose y ocupándose de él.


Louise y Scott

Este detalle se pone aún más de manifiesto cuando conoce a Clarice (April Kent), una muchacha enana de nacimiento con la que, de repente, se siente más comprendido, pero no es más que aparente, porque sencillamente él no se siente en falta ante ella al ser su estatura parecida. Que esa comprensión es momentánea, y que no depende de él sino de la situación de equilibrio que Clarice le ofrece, nos lo demuestra que cuando observa que sigue haciéndose más pequeño y que ya es más bajo que ella, huye para ya no volverla a ver. Esa actitud de huida ante Clarice pone en evidencia que Scott no sostiene el sentimiento de falta, de carencia que, de manera simbólica, su disminución de tamaño representa, ese sentimiento que, precisamente, no sostiene ni acepta el narcisista egocéntrico.


Clarice y Scott.

Conforme se hace más y más pequeño, hasta llegar a vivir en una casa de muñecos, la situación se torna más crispante y, paralelamente, más  tiránico es su comportamiento, es decir, conforme más se manifiesta la falta, la carencia, más tiránico se torna el individuo narcisista egocéntrico:

Cada día era peor, cada día me hacía un poco más pequeño y me volvía más tiránico, más monstruoso en la forma de tratar a Louise [...] La liberación de Louise dependía de mí, de que tuviera valor de poner fin a mi desdichada existencia, pero todos los días me decía "mañana tal vez... mañana lo descubrirán los médicos."

Sin embargo, será en este momento cuando el argumento dará un giro radical. Scott, absolutamente solo, deberá enfrentarse a distintos peligros para sobrevivir. En primer lugar, será un gato quien le atacará y le obligará a salir de la casita, y debido al enfrentamiento con él caerá en el sótano de la casa. En él deberá sobrevivir buscando cobijo (una caja de cerillas), agua y alimento (los restos de queso en una trampa para ratones y los restos de un pastel) que deberá lograr teniendo que enfrentar las dificultades debidas a su tamaño y a una araña que deviene en su enemigo, monstruosa para su tamaño. En esa lucha por la vida, en el sentido más schopenhaueriano de la frase, Scott deberá luchar por sobrevivir, y en esa lucha aprenderá el valor de las pequeñas cosas...



Tras vencer a la araña cae desmayado, y al despertar observa que su proceso de empequeñecimiento no cesa, y es en ese momento que sus pensamientos pronuncian las palabras con las que acaba la película y con las que inicie el comentario.

La experiencia que la pequeñez le ofrece a Scott (El maravilloso tapiz tejido por Dios se extendía sobre mí en la noche…) es parecida a la experiencia de las alturas, a la sensación que nos da contemplar la imagen que se nos ofrece a la vista desde una cima. En cierta manera podemos decir que la consciencia necesita de las alturas, no arrastrarse siempre a ras de tierra. Es la diferencia entre la apertura o el cierre al otro y al mundo. En esas alturas, o desde la pequeñez de Scott (Lo increíblemente pequeño y lo increíblemente grande se encuentran en un momento dado para cerrar un gigantesco círculo…), el espíritu del ser humano goza de la amplitud, mientras que a ras de tierra el espíritu se marchita en la estrechez. Como le ocurre a Scott la visión que obtiene desde la pequeñez le devuelve a la pequeñez grande, a la preciosa humildad de la que el narcisismo egocéntrico carece encerrado como está en sí mismo persistiendo en su ceguera, en la mirada corta y la ambición que tiene que colmar una falta insaciable que no se puede colmar. Desde su pequeñez, Scott mira como la pequeñez mira desde las alturas. Desde lo alto contemplamos la amplitud de la Tierra cuando miramos hacia abajo, y cuando miramos al frente, hacia el horizonte, vemos como cielo y tierra se encuentran. Y cuando miramos hacia arriba, como mira Scott, nos encontramos con la inmensidad del cielo que se extiende sobre nuestras cabezas. Al decir de Goethe:

                                                Vasta, dominadora, grandiosa, la mirada
                                                abarca la vida toda que la envuelve,
                                                de cúspide en cúspide,
                                                planea el espíritu eterno
                                                que presagia vida eterna.

Las alturas, o la pequeñez que nos confieren, nos proporcionan una perspectiva cósmica de la que el narcisista egocéntrico carece: él constituye el único mundo, un mundo insaciable, un mundo encerrado en sí mismo que, introduciendo la analogía de Lacan de 1953, nos lleva a pensar en un estado pre-psicótico del hombre moderno, quien encerrado en sus ambiciones o en su resignado conformismo le conducen a un "aislamiento del alma cada vez más emparentado con su abandono original" [1] Finalmente, y como también indica Lacan, siguiendo en ese sentido la visión de Heidegger sobre el hombre moderno:

En su trabajo cotidiano, colaborará eficazmente en la obra común, y llenará sus ocios con todos los esparcimientos de una cultura profusa que, de la novela policial a la memoria histórica, de las conferencias educativas a la ortopedia de las relaciones grupales, le dará motivos para olvidar su existencia y muerte, al mismo tiempo que para desconocer en una falsa comunicación el sentido particular de su vida. [2]


Lo increíblemente grande y lo increíblemente pequeño se encuentran.

[1] Lacan, Jacques. La agresividad en el psicoanálisis. Escritos 1. Ed. Siglo XXI, pág.
[2] Ídem anterior, pág. 162

lunes, 20 de agosto de 2018

AVATAR: Del narcisismo egocéntrico al narcisismo trófico.

Avatar (2009) es una película de James Cameron que transcurre en una luna extraterrestre llamada Pandora, que orbita alrededor del planeta Polifemo, y en el que se nos presenta un conflicto que no es más que un reflejo del que mantenemos hoy en día en nuestro propio planeta Tierra, un conflicto entre lo que se ha dado en llamar "Civilización" con relación a la Naturaleza. Una manera de enfocar mejor este conflicto es, como se nos muestra en la película, contemplarla como el conflicto establecido entre el narcisismo egocéntrico humano en su dimensión más patológica - su dimensión colonizadora y explotadora -, y que el hombre occidental ha cultivado con tanto ahínco, y en el que ha quedado demostrado que el gran desarrollo de su saber y de su individualidad, está muy lejos de estar acompañado por la sabiduría, y que encontrará su contrapunto en los Na'vi, una raza humanoide habitante de la luna de Pandora, que vive en perfecta comunión con la Naturaleza, en aquello que el antropólogo Lucien Lévy-Bhrul, llamó "participación mística", una manera de formar parte humildemente del mundo que nos rodea y del misterio que le inviste. En el mundo de la participación mística  todo es significativo, todo está conectado, todo tiene alma y es digno de respeto. El saber del hombre occidental, caracterizado por la búsqueda del desvelamiento del misterio de la existencia, pero paralelamente por el desarrollo tecnológico en un mundo cuyo motor esencial es el capital, ha dado desgraciada forma a las palabras de Jung que ya decía en 1941: "Desde tiempos inmemoriales siempre estuvo dotada la naturaleza de alma. Ahora, por primera vez, vivimos una naturaleza desanimada y desmoralizada".

Desde el punto de vista psicológico, el desenrraizamiento que sufrimos de la Naturaleza, la substitución drástica, sin ritual de paso, que hemos sufrido de la participación mística al conocimiento científico y al desarrollo tecnológico, así como al capital como motor esencial del planeta, no ha hecho más que potenciar las relaciones de dominación y explotación, que junto al desarrollo progresivo del individualismo y la competitividad, determinan las relaciones propias del narcisismo egocéntrico donde el formar parte o el sentimiento de pertenencia ha sido substituido por el posesivo "es mío" o el "me pertenece". El alma ha sido substituida por el objeto, el ser por el tener, o el vivir por el producir, como tan claro nos ha mostrado el fiósofo Byung Chul-Han en su ensayo sobre "La sociedad del cansancio".

En la anterior cápsula de cine y psicología, Interstellar (pulsa aquí para acceder a la entrada), citaba un texto de Jung, que ya he repetido en numerosas ocasiones,  y en la que el psicólogo suizo vincula el absurdo o el sentido de la vida con una cuestión de temperamento, es decir, de actitud del ser humano. En Avatar veremos ambos temperamentos claramente diferenciados. Por un lado tenemos el absurdo, representado por la empresa privada que pretende explotar un mineral llamado inobtenium, cuya cara visible en lo ejecutivo es Parker Selfridge (Giovanni Ribisi) y en lo paramilitar el Coronel Miles Quaritch (Stephen Lang), que se nos presentan como perfectos ejemplos del narcisismo antropocéntrico y egocéntrico; por el otro lado tenemos el sentido, representado por la doctora Grace Augustine (Sigourney Weaver) y sus investigadores, y la nativa na'vi Neytiri (Zoe saldaña), y por extensión los Onomaticaya (el poblado na'vi al que pertenece Neytiri), ambas, cada una en su dimensión, unidas para preservar su cultura y la fantástica biodiversidad del planeta, así como su relación determinada por la "participación mística", representada en esencia por tres árboles con distinta simbología: el árbol madre, la dimensión protectora, el árbol alrededor del cual se desarrolla la vida del poblado; el árbol de las almas, el centro neurálgico de Pandora, donde el espíritu de Eywa se manifiesta con más fuerza, manteniendo la conexión de todo el ecosistema o red biológica de Pandora, y el árbol de las voces, el árbol de los ancestros, a los cuales se les puede escuchar e incluso consultar en busca de algunas respuestas. Se supone que viven dentro de Eywa. Tres árboles, tres simbologías relacionadas con la participación mística: Protección, conexión y trascendencia.

El árbol madre

Jake Sully (Sam Worthington), es el clásico ejemplo del héroe arquetípico. Marine paralítico para quien la vida ha perdido sentido y que sufrirá la clásica "llamada" tras la inesperada muerte de su hermano gemelo. Irá a Pandora ya que, gracias a tener el mismo ADN, éste le habilita para "entrar" en el avatar na'vi. Más tarde, cuando se pierde en la jungla, y siguiendo a una enfadada Neytiri, será "señalado" por las semillas del árbol de las almas al posarse sobre él, convirtiéndole en una especie de "elegido". Posteriormente, y debido a las órdenes que recibirá del coronel Quaritch, se verá envuelto en la encrucijada de tener que, como dice Jung, ser fiel al absurdo o al sentido.

Jake Sully, gracias a su avatar, experimentará en si mismo el conflicto que sería deseable que todos asumiéramos en algún momento, un conflicto al que podemos definir como la escisión a la que nos conduce el narcisismo egocéntrico (o patológico) o la inclusión, la pertenencia y el compromiso a la que nos conduce el narcisismo trófico. Para establecer las diferencias entre ambos tipos de narcisismo me remito a las siguientes palabras del psicoanalista Luis Hornstein:

El narcisismo patológico consiste, más que en un exceso de amor propio, en su falta crónica y, por ello, el narcisista realiza esfuerzos insaciables por sustituir el amor propio por la admiración externa. El déficit narcisista produce un yo amenazado por la desintegración, desvalorización o por una sensación de vacío interior. En el narcisismo patológico, hay un interés exclusivo por uno mismo mientras que en el trófico ese interés está también dedicado a metas y actividades. Las actividades del narcisismo trófico conciernen a las ambiciones, los ideales, el compromiso con los objetos, y ya no importa casi mantener y promover la identidad y la autoestima, ahora convertidas en productos colaterales de tales actividades. Alcanzada cierta cohesión del yo y de la autoestima, el sujeto es libre de orientar cada vez más su vida no por motivos narcisistas, sino por la realización de deseos. [1] (La negrita es mía)


Las semillas del árbol de las almas posándose sobre Jake.

El viaje de Jake Sully (no olvidemos que el es militar), su viaje del héroe, va a tener que ver con esto: persistir en el narcisismo egocéntrico basado en lograr la dominación, y si es necesario la destrucción de los onomaticaya, y del satélite por añadidura, en beneficio de la explotación del mineral inobtenio, es decir, la desfachatez y ceguera habitual de lo profano en relación a lo sagrado; o bien preservar la cultura y las creencias de los onomaticaya, su participación mística con la Naturaleza, lo que, a la postre, es mantener el equilibrio de la vida y de la existencia de una manera respetuosa y confiriándole una dimensión sagrada. Paralelamente, y a un nivel individual, Jake deberá enfrentarse a la oferta-tentación de Selfridge, quien a cambio de que le pase información sobre los Onomaticaya - es decir, transformarle en "espía" - le promete una operación que le permite recuperar unas piernas que le permitan volver a andar, a la vez que cuanto mas conoce a Neytiri y a los na'vy onomaticaya, más se siente involucrado con ellos y más comprende la relación que mantienen con su ecosistema. Esta tensión que vive Jake es muy clara, pues no es más que la tensión entre el hacerse completo ortopédicamente del narcisismo egocéntrico, el paliar la falta con "tener", o el hacerse completo existencialmente del narcisismo trófico, en el que el respeto y el valor por sí mismo sólo es comprensible cuando es respeto y valor por "el otro" y "lo otro", es decir, cuando la falta es generadora de "ser". Como dice Hornstein: el sujeto es libre de orientar cada vez más su vida no por motivos narcisistas, sino por la realización de deseos. Y qué mayor deseo puede tener un individuo libre que mantener el equilibrio que garantiza la continuidad de la vida y la existencia, el ser del mundo y con el mundo.


Neytiri y el árbol de las voces.

La tensión que individualmente vive Jake Sully, tiene su generalización en la tensión que la civilización occidental ha representado para otras culturas y para el mismo planeta Tierra. La historia del colonialismo en el pasado habla por sí misma (el descubrimiento y la colonización de América o la colonización de Africa, por poner dos ejemplos, es la historia de un desastre detrás de otro: genocidios, explotación y abuso, esclavismo, desenrraizamiento de las culturas aborígenes, guerras de interés, etc.), como habla también por sí mismo el nuevo colonialismo que, hoy en día, representa el neoliberalismo globalizado o capitalismo asalvajado. El desarrollo de la civilización occidental, sustentado esencialmente en la fuerza de la razón, no ha venido acompañada de un conocimiento de las complejidades del psiquismo humano, y es por ello que la civilización occidental, a pesar de su razón, es una civilización de razones esencialmente narcisistas egocéntricas. Y la cuestión que nos plantea Avatar es si, como civilización, seremos capaces de viajar hacia el otro narcisismo, el narcisismo trófico en el que el ser individual es inseparable del ser del mundo, y para ello vamos a necesitar muchos, muchos más Jake Sully que tomen partido por la participación y conservación de la Tierra, y no por su explotación ciega y pulsional que no encierra más que el dominio de la pulsión de muerte.


El árbol de las almas.

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[1] Hornstein, Luis. Hacia una clínica del narcisismo
      Ver en enlace: http://www.luishornstein.com/textos/clinicadelnarcisismo.pdf

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PELÍCULAS RELACIONADAS.


Terrence Malick, 2005