AVISO. POR LA NATURALEZA DE LOS TRABAJOS DE ESTE BLOG, EL ARGUMENTO E INCLUSO EL FINAL DE LAS PELICULAS SON REVELADOS.

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martes, 8 de enero de 2019

MADRE (MOTHER, Darren Aronofsky, 2017): Dios hecho a imagen y semejanza del hombre.

                                                                             Yo soy el que soy
                                                                           y tú eres mi hogar.

Madre (Mother, Darren Aronofsky, 2017) es una de esas películas que, como dijo Stanley Kubrick de "2001 Una odisea en el espacio", se es libre de especular acerca de su significado filosófico y alegórico. Interpretada por Jennyfer Lawrence (a la que llamaremos Ella) y Javier Bardem (al que llamaremos Él), son muchas las reflexiones que nos ofrece la película de Aronofsky. La película comienza igual que acaba... de las cenizas de una creación devastada se inicia una nueva, y en la que Javier Bardem, interpretando aquel "que es el que es", parece crear y recrear "su hogar". 

La idea de un creador que inicia y reinicia la creación tiene algunos precedentes. Quizá uno de los más interesantes sea el creador del que da cuenta Olaf Stapledon en su gran obra de ficción "El hacedor de Estrellas" (1937). En ella, su protagonista descubre, encarnado en una especie de yo cósmico, que para el creador lo importante es la creación, no las criaturas, desvelándosele que antes de este cosmos en el que vivimos ya habían existido otros, cada uno de ellos la base sobre la que crear el siguiente, intentando hacerlo mejor:

se me hizo evidente de pronto que la virtud del creador no es lo mismo que la virtud en la criatura. Pues el creador, si ama a su criatura, no ama en realidad mas que una parte de sí mismo; pero la criatura, al alabar a su creador, alaba a una infinitud que está mas allá de sí misma. Advertí que la virtud de la criatura era amar y adorar, y que la virtud del creador era crear y ser la meta incomprensible, inalcanzable e infinita de las criaturas. [1]

y más adelante nos dice acerca de su actividad creadora:

Muchas veces, en la primera parte de mi sueño, me pregunté que pretendería alcanzar el Hacedor con sus creaciones. No pude dejar de pensar que este propósito no era al principio muy claro. El mismo lo había ido descubriendo gradualmente, y muy a menudo, me pareció, su obra era una búsqueda, y su meta algo confuso. Pero ya en su madurez su voluntad era la de crear tan plenamente como fuese posible, realizar enteramente la potencialidad de su medio, idear obras de creciente sutileza, y de una creciente diversidad armónica. A medida que este propósito se hizo más claro, me pareció que incluía también la voluntad de crear universos que alcanzaran un nivel único de conciencia y expresión. Pues la percepción y la voluntad de las criaturas eran aparentemente el instrumento con que el Hacedor mismo, cosmos tras cosmos, despertaba a una mayor lucidez.

También encontramos una visión parecida, aunque de caracter más místico, en Ernesto Cardenal, quien en su Canto Cósmico escribe los siguientes versos:

                                              ¿Y si el Universo entero tiende a ser
                                              un solo ser universal?
                                              ¿Y la última etapa de la evolución
                                              el superorganismo universal?
                                              Repitiéndose después de cada big bang este universo
                                              para ser mejor cada vez
                                              hasta llegar a ser el cosmos perfecto,
                                              presentes en él todos los tiempos pasados,
                                              recapitulados todos los seres. [2]

1. HAGAMOS AL SER HUMANO A NUESTRA IMAGEN Y SEMEJANZA.

Él
Sin embargo, estas visiones supondrían que el creador aprende de sus errores y que, esencialmente se preocupa de hacer cada vez mejor su creación. Ahora bien, el Creador de Aronofsky, de inspiración esencialmente judeo-cristiana, nos sugiere algunas dudas al respecto. Para ello vamos a empezar recordando una de esas citas del Génesis que ya nos dan que pensar. Efectivamente, en Génesis 1, 26-27 se nos dice:

26 "Y dijo Dios: «Hagamos al ser humano a nuestra imagen, como semejanza nuestra, y manden en los peces del mar y en las aves de los cielos, y en las bestias y en todas las alimañas terrestres, y en todas las sierpes que serpean por la tierra. 

27.Creó, pues, Dios al ser humano a imagen suya, a imagen de Dios le creó, macho y hembra los creó."

Me preocuparía imaginar la real existencia de un dios que ha hecho al hombre a su imagen y semejanza, pues más bien diría poco de él. Ahora bien... ¿y si invirtiéramos los papeles y consideraramos a dios como una creación del hombre hecha a su imagen y semejanza? Es obvio que podemos considerar a dios como un espejo del ser humano, el producto de una proyección. Quizá entonces podemos comprender mejor al dios de Aronofsky, quien nos parece humano, demasiado humano - parafraseando a Nietzsche -, un dios que, como el Yahvé del génesis, se muestra como un dios carente, fundamentalmente preocupado por el reconocimiento de sus criaturas, un dios celoso que nos parece un necio incapaz de reconocer a la joven mujer que a su lado le prodiga su amor. Si, porque el papel interpretado por Jennifer Lawrence yo lo relacione con el amor - no tanto con la  Naturaleza como en varios comentarios he leído o, por lo menos, no sólo con ella -: "quise hacer un paraíso para ti" - le dice en un momento dado  -.  A este tema del amor volveremos más tarde. El dios de Aronofsky no quiere el amor, o mejor dicho, lo quiere como necesidad de reconocimiento y de admiración... Si seguimos con la visión de que Dios es una proyección del ser humano, comprenderemos rapidamente porque éste nos es mostrado como un dios egocéntrico y narcisista. Lo es por la misma razón que el ser humano es egocéntrico y narcisista en relación con los demás, de la misma manera que mantiene una relación narcisista y antropocéntrica con respecto a la naturaleza y al cosmos.

II. YO SOY EL QUE SOY Y TÚ ERES MI HOGAR.

Ella

La conocida frase "Yo soy el que soy" (Exodo 3, 14), fue pronunciada por Yahvé a Moisés en el monte Horeb, la montaña de dios. Frase que hay que entender en sus orígenes hebreos, y que viene a decir “yo soy aquel que estaba, que está y que estará”, es decir “yo soy aquel que está siempre presente." Aronofsky completa esta frase con "y tú eres mi hogar", referida a Ella, a Jennifer Lawrence. La relación entre creador y creación, a parte de ser complementaria, pues no es definible la una sin la otra, siempre es compleja. En cierta manera podemos decir que la creación es el hogar del creador, aunque por esa misma relación, y de manera recíproca, para la creación el  creador es su alma. En ese sentido Ella - Jennifer Lawrence - representa el amor en la creación que hace de ésta un paraíso, el jardín del edén, un mundo donde su equilibrio está regido por la inocencia y no por la moral que implica "el conocimiento del bien y del mal". Desde esta perspectiva, no se puede dejar de pensar, por lo menos como vemos en el Génesis bíblico, que la creación del ser humano dentro de la creación en general, surge como el de una criatura que responde a una necesidad de un dios como Yahvé, un dios que necesita reconocimiento y, sobretodo, un reconocimiento ligado a la obediencia. ¿Cómo, si no, entender que a esa última criatura del paraíso, el hombre, una criatura dotada de consciencia, a quién este paraíso le es ofrecido, se le muestre ya la tentación, lo único de lo que no puede disfrutar, el árbol prohibido, "el árbol de la ciencia del bien y del mal"? No obstante, y lo interesante de la película de Aronofsky, es que el árbol prohibido está representado por una piedra brillante que, como veremos al final, representa precisamente el amor.

La expulsión del paraíso.

Ahora bien, si volvemos a invertir el espejo, e imaginamos de nuevo a dios como espejo del ser humano, podemos citar unos versos del poeta mexicano Jaime Sabines que dicen: "Hombre, no sé, sombra de Dios perdida" para, invirtiendo su sentido, decir: "Dios, no sé, sombra del hombre perdida",  y así contemplar la representación del dios bíblico Yahvé como aquella que incluye todas las actitudes más destructivas del ser humano: posesividad, celos, envidia, odio, castigo, venganza, crueles pruebas que demuestren el amor hacia él (el sacrificio de Isaac), comportamiento caprichoso... El dios de Aronofsky, aunque aparentemente no es tan agresivo como Yahvé, no obstante, es tan estúpidamente vanidoso y carente como éste, e igual que el ser humano no se complace en disfrutar de la creación, de la Naturaleza, de la inocencia, Él tampoco lo hace, sino que se enfrasca en la búsqueda de reconocimiento de su criatura, aun a costa de la destrucción a la que esta - por su ceguera - someterá a la Creación, a la Naturaleza y, como consecuencia, al amor de Ella. La carencia de Él se nos revela entonces como espejo de la carencia humana, o la falta, cuando ésta no es atendida, un pozo sin fondo que arrasa con lo que le rodea.

III. EL ÁRBOL PROHIBIDO Y LA PIEDRA DEL AMOR.

La piedra del amor.

Un elemento que me parece destacable es que el amor, representado por una brillante piedra, se halla fuera de dios, es decir, que aparece como un elemento que no forma parte de él. Es más, a diferencia del paraíso bíblico, en el que el árbol prohibido es definido como "el árbol del conocimiento del bien y del mal", aquí aparece como una piedra a la que podríamos definir como "la piedra del amor". Una piedra que Él guarda celosamente en su habitación y a la que nadie puede acceder. Recordemos que en la película, esta habitación se cierra (emulando el pecado de los primeros padres y la consiguiente expulsión del paraíso bíblico narrado en Génesis 3, 1-23) cuando los personajes interpretados por Ed Harris (Adán) y Michelle Pfeiffer (Eva) irrumpen en la habitación y la rompen al tocarla. Recordemos una escena anterior, cuando Él le muestra la piedra a "Adán", en la que se dice:


Adán: ¿Qué es esto?
Él: Cuidado, esto es muy delicado. Es un regalo.
Adán: Un regalo muy especial… ¿Se lo regalo usted?
Él: Cuando era joven lo perdí todo en un incendio.
Adán: Oh, lo siento.
Él: Cuesta imaginar lo que es esto, perderlo todo. Recuerdos, tu trabajo, hasta tu cepillo de dientes. No sabía si podría volver a crear hasta que hasta que encontré esto entre las cenizas. ¿A qué es asombroso?
Adán: ¿Puedo?
Él: - sin dejársela ni tocar - Me dio fuerzas para volver a empezar otra vez. Y entonces la conocí a ella, a ti. Y le devolvió la vida a todo, lo reconstruyó todo, hasta el último detalle.

Antes decía que para mi Ella representa el amor, de la misma manera que opino que la casa representa el hogar... Bonita metáfora pues es Ella quien cuida el hogar por amor a Él, mientras él y los seres humanos lo descuidan. Uno por descuido, fascinado por los nuevos seres que han llegado a la casa, y los otros porque desde el primer momento se muestran intrusivos, impertinentes y poco cuidadosos. Hay un cierto parecido en este planteamiento con la historia tal y como nos la presenta John Milton en su obra "El paraíso perdido", en la que algunos ángeles se mostraban confundidos con esa fascinación de dios por esa nueva criatura y que llevó a Lucifer, y a su legión afín de angeles a rebelarse contra él. Podemos observar un eco de esta historia cuando Ella se queda sola en casa tras el asesinato de Abel, y cuando al encontrarse a Caín en la casa éste le dice: "Te han dejado sola... si que lo entiendes".

La introducción del hombre en el entorno en el que viven Él y Ella ya nos los presenta como una criatura para la que, aun dotada de consciencia, el amor no es algo ni mucho menos fluido, más bien todo lo contrario. Tras cerrar las puertas del paraíso - representado por el cierre de la habitación de Él - llega la entrada de los hijos de "Adan" y "Eva", Caín y Abel (interpretados por los en realidad hermanos Gleesom, Domnhall - Caín - y Brian - Abel -), y  con ellos los celos, la envidia, la ambición, la manipulación de los padres, el enfrentamiento entre los hermanos, la muerte y el sufrimiento... Para el ser humano el amor es un logro, por eso dios, como espejo de él, no tiene la respuesta del amor, como no la tiene Él, o como no la tiene un dios como Yahvè, o como no la han tenido muchos otros. En realidad, Él y el ser humano comparten el mismo sentimiento de incompletud que les lanza a una búsqueda pulsional de reconocimiento y admiración, cuando estas no vienen desgraciadamente acompañadas de la voluntad de dominación, conquista, posesividad, desprecio por lo diferente, destructividad, etcétera. Como anteriormente ya cité, hay ecos en la historia del "Paraíso perdido" de "Milton" en la obra de Aronofsky y, en relación con el drama de Caín y Abel nos volvemos a encontrar con otro. Efectivamente, lo podemos observar en el enojo de Ella hacia Él cuando tras sufrir la "invasión de los seres humanos" que se sucede en el velatorio de Abel, en una especie de representación de Sodoma y Gomorra, y tras romperse las cañerías (quizá símbolo del diluvio), y tras expulsar a todos de la casa, surge el siguiente diálogo entre ellos:

Él: Venga, vamos a la cama, no tienes porque hacer eso - mientras ella se preocupa por el caos que han sembrado -
Ella: ¿Hacer qué? ¿Limpiar su mierda?
Él: Hemos hecho algo bueno, necesitaban un sitio para celebrar la vida...
Ella: ¿¡Y lo que yo necesitaba!? ¡Un chico a muerto en esta casa, he limpiado su sangre y tú me has abandonado!
Él: ¡No, no, no, no te he abandonado! Acaban de perder un hijo... bueno, dos hijos. Yo les ayudaba. No es por nosotros, es por ellos.
Ella: ¡¡No!! ¡No es por ellos, es siempre por tí! ¡¡Por ti!!

IV. LA DESTRUCCIÓN DEL HOGAR.

El Hogar.

A la expulsión de los seres humanos de "el hogar" sigue un período de tranquilidad con el que coincide el embarazo de Ella junto a un período de creatividad en el que Él concluye su obra. Justo a partir de aquí empieza la segunda parte de la película, e igual que con la llegada de Caín y Abel aparece la primera herida en "el hogar" (la sangre en unas tablas de madera del suelo), la segunda surge justamente cuando acaba Él su Obra. Ella llora y dice: "Voy a perderte", y justo entonces suena el teléfono con una llamada de su editora. Instantes después surge una nueva mancha de sangre en el mismo lugar donde apareció la primera. A partir de ese momento se desatará el caos: una condensación de la historia de la humanidad, con la consecuente destrucción progresiva del hogar. Es interesante como Aronofsky lo plantea cuando delante del hogar se agolpan centenares de visitantes que vienen a "adorarle" a Él por su obra, y éste le dice a Ella: "Lo entienden todo pero es distinto para cada uno… es asombroso". Momentos después asistimos a como una idea como la de "compartir" se pervierte transformándose en pillaje, expoliación y explotación - lo que hacemos los humanos con la Tierra -. Es francamente genial como el director transmite la idea de engreimiento de Él ante la necesidad que los humanos le muestran. La carencia, la falta llenándose de egocentrismo, dependencia, narcisismo patológico, apóstolados, sectarismos, clasismos, guerras de todos tipos...  todo tipo de violencia... Toda la historia de la humanidad desfilando antes nosotros en unos cuantos minutos de locura y de caos.

- Amor y hogar.

Hay que destacar que en estas escenas de violencia, cada vez que Ella sufre dolores de parto la casa tiembla con sus gritos. Esta identificación emocional de Ella con el hogar - o del hogar con ella -, del amor con el hogar, llámese casa, Naturaleza o Tierra, es lo que falta en Él y en el ser humano. Su sufrimiento es su falta de amor. De alguna manera podríamos decir que si ni Él amó su hogar, cómo lo vamos a amar los humanos. Él encerró el amor como una posesión suya para transformarla en una fuente de inspiración al servicio de su narcisismo. ¿Cómo, pues, va a poder enseñar el amor, qué es amar, cuando el amor no se puede poseer, y el amor es desposesión? Son las palabras finales que le responde Ella antes de volar por los aires el hogar:

Tú nunca me has querido. Sólo te encantaba lo mucho que yo te quería. Te lo dí todo y tú lo has regalado.


Tú nunca me has querido

Veamos, como contrapartida, una poesía de Vladimir Holan, titulada "Resurrección", que expresa muy bien la relación del amor (a través de la figura de la madre) y el hogar, en relación a sus hijos, y que dicen:

Que después de esta vida nos tengamos que despertar un día
al pavoroso estruendo de trompetas y clarines?
Perdona, Dios, pero me consuela pensar
que el inicio de la resurrección de todos nosotros, los difuntos,
será anunciado por el simple canto del gallo ...
Después nos vamos a quedar todavía un momento tumbados ...

La primera que se levantará
será la madre ... La sentiremos
encender el fuego en silencio,
poner en silencio el agua a hervir
y coger plácidamente del armario el molinillo de café.
Seremos de nuevo en casa.

Quizá por esto Aronofsky representó el amor en una mujer, y también a través de la figura materna, puesto que "madre" (mother) ésta esencialmente relacionada con el cuidado, la ternura y el amor. Por contrapartida, esos versos con los que empieza la poesía parecen adecuados para Él, el engreímiento y la vanidad implícita  en un despertar basado en "el pavoroso estruendo de trompetas y clarines". Que diferencia con esa madre sencilla que se levanta y pone "en silencio el agua a hervir / y coger plácidamente del armario el molinillo de café". 

En este sentido, es también muy representativa la escena llena tensión entre Ella como madre protegiendo a su hijo frenta a Él, cuya máxima preocupación es mostrarlo a sus adoradores para, finalmente, entregárselo, y como así ocurrirá, como fanáticos acabar dando muerte al hijo recién nacido en lo que es una clara metáfora de la historia de Jesucristo, el hijo de dios hecho hombre, muerto en la cruz para redimir a los hombres.  Y, en relación a lo dicho, quisiera destacar dos momentos cruciales. El primero cuando la orda enloquecida mata al hijo, y una especie de sacerdote le dice las mismas palabras que, en su día, dijo Él a "Adán" tras la muerte de Abel:

No está muerto, su voz sigue gritando para ser oído alto y claro. Escucha... ¿Lo oyes? ¿¡Lo oyes!? Ese es el sonido de la vida, el sonido de la humanidad, su grito de amor, su amor por ti.

¿Vida? ¿Humanidad? ¿Amor? Palabras que no son más que una impostura. Nos encontramos simplemente con el pozo sin fondo de la carencia, de la falta, de la herida narcisista, pulsión de muerte, de destrucción. Unas palabras que, unidas a las imágenes de la película, harían las delicias de Schopenhauer, para quien la voluntad de vivir nada tiene que ver con el amor. Es francamente patético cuando tras la muerte del niño Él sigue intentando convencerla de que es necesario perdonarles... Evidentemente no por el hecho de perdonarlos, sino de seguir creando su dependencia, la necesidad de Él, la búsqueda de su agradecimiento y su adoración...

El final de la película no hace más que confirmar la imagen de un dios que no es más que un espejo del hombre, un dios construído a su imagen y semejanza. Con Ella quemada en sus brazos asistimos a unas palabras que confirman lo anteriormente dicho:

Ella: Lo que más me duele es que no he sido suficiente.
Él: No es culpa tuya. Nada es nunca suficiente. No podría crear si lo fuera, y volver a empezar, es lo que hago. Es lo que soy. Y ahora debo intentarlo todo otra vez.


Nunca nada es suficiente.

"Nada es nunca suficiente" es la frase que describe la historia narcisista de Él, como describe la historia de la humanidad, "Nada es nunca suficiente". 

Si comparamos a Él con el creador descrito por Olaf Stapledon en "El Hacedor de estrellas" - cuya parte final recomiendo leer, ya que es una gran reflexión sobre la naturaleza de un Creador Divino -, nos asalta una pregunta. Mientras el Creador de Stapledon es un creador que aprende de los errores de sus creaciones para "crear tan plenamente como fuese posible, realizar enteramente la potencialidad de su medio, idear obras de creciente sutileza, y de una creciente diversidad armónica". ¿Es este el caso de Él? Francamente, no me lo parece. Él parece lanzado a una creación que es una compulsión a la repetición. ¿Y visto así, y como espejo del ser humano, qué nos dice? El ser humano se ha desarrollado a lo largo de su historia culturalmente, artísticamente, tecnológicamente, científicamente, etcétera. Pregunta: ¿Hoy, en pleno siglo XXI, a pesar de tantos avances, ha avanzado el hombre éticamente, el amor impera sobre el narcisismo egocéntrico, trata mejor el hogar que le acoge, trata mejor a sus congéneres? ¿Cuando las democracias se han convertido en un vertedero de marketing barato de autoventa de los partidos (en un especie de que detergente lava más blanco), en orquestaciones gubernamentales y no gubernamentales regidas por las fake news o post-verdades, etcétera, es realmente un ser que "idea obras de creciente sutileza, y de una creciente diversidad armónica"?

V. EPÍLOGO.

Os recomiendo, para acabar, recordar las palabras que dijo el astrónomo Carl sagan al contemplar la foto de la Tierra que envío el Voyager 2 tras dejar atras Neptuno, y tituladas "Un pálido punto azul"... Vale la pena.

Carl Sagan: "Un palido punto azul".
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[1] Stapledon, Olaf. El Hacedor de estrellas. Ed. Minotauro.
[2] Cardenal Ernesto. Cántico Cósmico. Ed, Trotta.

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OTRAS PELICULAS DEL DIRECTOR EN EL BLOG.


EL CISNE NEGRO: Análisis y reflexión sobre la psicosis.
Darren Aronofsky, 2010.










PI, FE EN EL CAOS: El sueño del absoluto, elsueño del goce.
Darren Aronofsky, 1998











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PELÍCULAS DE TEMÁTICA PARECIDA EN EL BLOG.



EL ÁRBOL DE LA VIDA: Del misteri del ser y la existencia.
Terrence Malik (2011)

domingo, 25 de noviembre de 2018

EL INCREIBLE HOMBRE MENGUANTE (Jack Arnold, 1957): del empequeñecimiento del yo.

El increíble hombre menguante (The incredible shrinking man, 1957), dirigida por Jack Arnold, es una de mis películas favoritas de la llamada década dorada de la ciencia ficción (1950-1960). Su director es además uno de sus grandes representantes, director de otras dos grandes películas de la época como son "Llegaron desde el espacio exterior" (It came from the outer space, 1953), o "El monstruo de la laguna negra" (The creature from the black lagoon, 1954), esta última influencia fundamental de la oscarizada recientemente "La forma del agua" (The shape of water, 2017), tal y como reconoce Guillermo del Toro, además de otras como Tarántula (1955) o Regreso a la Tierra (This island Earth, 1955). 

Su argumento parte del encuentro que su protagonista, el publicista Scott Carey (Grant Williams), quien con su esposa Louise (Randy Stuart) se hallan tomando el sol en una embarcación en medio del mar, va a tener con una nube radiactiva, y cuya consecuencia va a ser el inicio de un proceso por el que su cuerpo va a ir empequeñeciéndose progresivamente.

El objeto que me lleva a traer este clásico de la ciencia ficción a este blog tiene que ver en como me impresionaron las palabras de su escena final, cuando su tamaño empieza a hacerse tan pequeño como el de una hormiga, y aun más, y en las que dice:

¡Qué próximos están lo infinitesimal y lo infinito! De pronto comprendí que, en realidad, eran los dos extremos de un mismo concepto. Lo increíblemente pequeño y lo increíblemente grande se encuentran en un momento dado para cerrar un gigantesco círculo… Sentí como si pudiera abrazar el cielo… El Universo, infinitos mundos… El maravilloso tapiz tejido por Dios se extendía sobre mí en la noche… Y en ese momento conocí la respuesta al enigma del infinito. Hasta entonces había pensado dentro de la limitada dimensión humana. Que la existencia tiene un principio y un fin es un concepto humano- no divino. Sentí que mi cuerpo disminuía, se disolvía, se convertía en la nada. Desapareció el miedo y se convirtió en aceptación. ¡Toda la majestuosa grandeza de la creación debía tener un significado y yo tenía un significado! ¡Sí, yo, el más pequeño entre los pequeños también tenía un significado…Para Dios no existe el cero! ¡Yo sigo existiendo!


El encuentro de Scott con la nube radiactiva

Esta reflexión de Scott entronca con una mía sobre la que vengo abundando en los últimos comentarios, sobretodo en esta sección de "Cápsulas de cine y psicología" (pulsa aquí para entrar en ella), en las que contrasto la oposición entre el narcisismo que he llamado egocéntrico y el sano narcisismo trófico (ver entrada dedicada a Avatar - pulsa aquí para acceder a ella -), o lo que es lo mismo, del narcisismo que sólo se tiene en cuenta a sí mismo dada su marcada falta crónica, al que sosteniéndose más a sí mismo se orienta a la realización de sus deseos a la vez que también reconoce al otro como distinto y que establece compromisos con el mundo externo.

Una de las metáforas sobre la que nos permite reflexionar "El increíble hombre menguante" es, precisamente, que una de las maneras de comprender nuestra posición en el cosmos y en la existencia pasa por perder nuestra importancia, o lo que es lo mismo, por dejar atrás la mirada antropocéntrica - el equivalente cósmico de la mirada egocéntrica - y en la que, como una especie cuyos individuos somos conscientes de sí mismos, se refleja esta falta o carencia fundamental que nos habita. Efectivamente, vemos en Scott este proceso a través de la rabia que desarrolla hacia Louise al tener que ir observando como se hace cada vez más pequeño ante ella, a pesar de que ella sigue amándole, preocupándose y ocupándose de él.


Louise y Scott

Este detalle se pone aún más de manifiesto cuando conoce a Clarice (April Kent), una muchacha enana de nacimiento con la que, de repente, se siente más comprendido, pero no es más que aparente, porque sencillamente él no se siente en falta ante ella al ser su estatura parecida. Que esa comprensión es momentánea, y que no depende de él sino de la situación de equilibrio que Clarice le ofrece, nos lo demuestra que cuando observa que sigue haciéndose más pequeño y que ya es más bajo que ella, huye para ya no volverla a ver. Esa actitud de huida ante Clarice pone en evidencia que Scott no sostiene el sentimiento de falta, de carencia que, de manera simbólica, su disminución de tamaño representa, ese sentimiento que, precisamente, no sostiene ni acepta el narcisista egocéntrico.


Clarice y Scott.

Conforme se hace más y más pequeño, hasta llegar a vivir en una casa de muñecos, la situación se torna más crispante y, paralelamente, más  tiránico es su comportamiento, es decir, conforme más se manifiesta la falta, la carencia, más tiránico se torna el individuo narcisista egocéntrico:

Cada día era peor, cada día me hacía un poco más pequeño y me volvía más tiránico, más monstruoso en la forma de tratar a Louise [...] La liberación de Louise dependía de mí, de que tuviera valor de poner fin a mi desdichada existencia, pero todos los días me decía "mañana tal vez... mañana lo descubrirán los médicos."

Sin embargo, será en este momento cuando el argumento dará un giro radical. Scott, absolutamente solo, deberá enfrentarse a distintos peligros para sobrevivir. En primer lugar, será un gato quien le atacará y le obligará a salir de la casita, y debido al enfrentamiento con él caerá en el sótano de la casa. En él deberá sobrevivir buscando cobijo (una caja de cerillas), agua y alimento (los restos de queso en una trampa para ratones y los restos de un pastel) que deberá lograr teniendo que enfrentar las dificultades debidas a su tamaño y a una araña que deviene en su enemigo, monstruosa para su tamaño. En esa lucha por la vida, en el sentido más schopenhaueriano de la frase, Scott deberá luchar por sobrevivir, y en esa lucha aprenderá el valor de las pequeñas cosas...



Tras vencer a la araña cae desmayado, y al despertar observa que su proceso de empequeñecimiento no cesa, y es en ese momento que sus pensamientos pronuncian las palabras con las que acaba la película y con las que inicie el comentario.

La experiencia que la pequeñez le ofrece a Scott (El maravilloso tapiz tejido por Dios se extendía sobre mí en la noche…) es parecida a la experiencia de las alturas, a la sensación que nos da contemplar la imagen que se nos ofrece a la vista desde una cima. En cierta manera podemos decir que la consciencia necesita de las alturas, no arrastrarse siempre a ras de tierra. Es la diferencia entre la apertura o el cierre al otro y al mundo. En esas alturas, o desde la pequeñez de Scott (Lo increíblemente pequeño y lo increíblemente grande se encuentran en un momento dado para cerrar un gigantesco círculo…), el espíritu del ser humano goza de la amplitud, mientras que a ras de tierra el espíritu se marchita en la estrechez. Como le ocurre a Scott la visión que obtiene desde la pequeñez le devuelve a la pequeñez grande, a la preciosa humildad de la que el narcisismo egocéntrico carece encerrado como está en sí mismo persistiendo en su ceguera, en la mirada corta y la ambición que tiene que colmar una falta insaciable que no se puede colmar. Desde su pequeñez, Scott mira como la pequeñez mira desde las alturas. Desde lo alto contemplamos la amplitud de la Tierra cuando miramos hacia abajo, y cuando miramos al frente, hacia el horizonte, vemos como cielo y tierra se encuentran. Y cuando miramos hacia arriba, como mira Scott, nos encontramos con la inmensidad del cielo que se extiende sobre nuestras cabezas. Al decir de Goethe:

                                                Vasta, dominadora, grandiosa, la mirada
                                                abarca la vida toda que la envuelve,
                                                de cúspide en cúspide,
                                                planea el espíritu eterno
                                                que presagia vida eterna.

Las alturas, o la pequeñez que nos confieren, nos proporcionan una perspectiva cósmica de la que el narcisista egocéntrico carece: él constituye el único mundo, un mundo insaciable, un mundo encerrado en sí mismo que, introduciendo la analogía de Lacan de 1953, nos lleva a pensar en un estado pre-psicótico del hombre moderno, quien encerrado en sus ambiciones o en su resignado conformismo le conducen a un "aislamiento del alma cada vez más emparentado con su abandono original" [1] Finalmente, y como también indica Lacan, siguiendo en ese sentido la visión de Heidegger sobre el hombre moderno:

En su trabajo cotidiano, colaborará eficazmente en la obra común, y llenará sus ocios con todos los esparcimientos de una cultura profusa que, de la novela policial a la memoria histórica, de las conferencias educativas a la ortopedia de las relaciones grupales, le dará motivos para olvidar su existencia y muerte, al mismo tiempo que para desconocer en una falsa comunicación el sentido particular de su vida. [2]


Lo increíblemente grande y lo increíblemente pequeño se encuentran.

[1] Lacan, Jacques. La agresividad en el psicoanálisis. Escritos 1. Ed. Siglo XXI, pág.
[2] Ídem anterior, pág. 162