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domingo, 20 de noviembre de 2011

NIXON Y EL CARÁCTER PARANOICO


La película Nixon, dirigida por Oliver Stone (1995), es un interesante ejemplo sobre el carácter paranoico. Sin entrar en un extenso detalle de la película, que nos narra la biografía del trigésimo séptimo presidente norteamericano Richard Nixon, esta nos ofrece la posibilidad de reflexionar sobre la gestación de este carácter dominado por lo que podemos llamar un estado de desconfianza y suspicacia general hacia los otros acerca de sus intenciones y fidelidad. Anthony Hopkins hace una memorable interpretación del presidente norteamericano que presenta claras características del tipo de personalidad paranoide.

De una manera más particular se especifican, por ejemplo en el DMS IV,  los siguientes comportamientos o actitudes de este tipo de carácter:


- sospecha, sin base suficiente, que los demás se van a aprovechar de ellos, les van a hacer daño o les van a engañar.
- preocupación por dudas no justificadas acerca de la lealtad o la fidelidad de los amigos y socios.
- reticencia a confiar en los demás por temor injustificado a que la información que compartan vaya a ser utilizada en su contra.
- en las observaciones o los hechos más inocentes vislumbra significados ocultos que son degradantes o amenazadores.
- alberga rencores durante mucho tiempo, por ejemplo, no olvida los insultos, injurias o desprecios.
- percibe ataques a su persona o a su reputación que no son aparentes para los demás y está predispuesto a reaccionar con ira o a contraatacar.
- sospecha repetida e injustificadamente que su cónyuge o su pareja le es infiel.

1. PARANOIA Y PROYECCIÓN.

La simple definición de estas características ya nos permiten observar que este carácter se gestiona a través de la dimensión más patológica (la paranoia) del mecanismo de defensa de la proyección, la cual se define como aquel mecanismo que opera en situaciones de conflicto emocional o amenaza de origen interno o externo, atribuyendo a otras personas u objetos los sentimientos, impulsos o pensamientos propios que resultan inaceptables para el sujeto. Se «proyectan» los sentimientos, pensamientos o deseos que no terminan de aceptarse como propios porque generan angustia o ansiedad, dirigiéndolos hacia algo o alguien y atribuyéndolos totalmente a este objeto externo. Por esta vía, la defensa psíquica logra poner estos contenidos amenazantes afuera. Veamos la siguiente escena de la película:



                                                                   Escena 1. Nixon


Es impactante la reacción que tiene ante su mujer cuando esta “aplica” la técnica de reapropiación de una proyección (devolver o reapropiarse uno de aquellos elementos que se ha puesto fuera) a su marido cuando le dice:

Nixon: ¡Quieren destruir a Nixon! Si me expongo lo más mínimo llegarán a sacarme hasta las entrañas. ¡Es eso lo que quieres ver… Eh! ¡Es eso lo que quieres ver! No será agradable

Pat: A veces creo que eso es lo que tú quieres Dick

Nixon: ¡¡Qué diablos dices!! ¡¡Has bebido!! ¡Dios mío, hablas como ellos! ¡Debo seguir luchando cariño por el país…! ¡Me necesita! ¡Por la gente que vale la pena… la élite! ¡Ellos son sólo unos maricas cobardes! ¡Ellos no miran hacia el futuro! Solo cubrirse las espaldas, conocer chicas y destrozarse unos a otros. ¡Oh Dios, este país tiene, graves, graves, muy graves problemas y yo debo velar por él cariño…! No, mi madre no hubiera esperado menos de mi…

Quisiera poner especial énfasis en ese comentario en el cual Nixon dice que “mi madre no hubiera esperado menos de mí”. Básicamente por la relación que estableceremos entre la proyección y la introyección cuando comentemos la escena siguiente de la película.


2. INTROYECCIÓN Y PROYECCIÓN. 

Richard Nixon
Una de las formas de entender mejor la proyección es en relación a su paralelo como mecanismo de defensa que es la introyección. Este mecanismo de defensa se entiende como aquel en el que el yo del sujeto va a percibir como propio de él, algo que en verdad pertenece a otro. El resultado de la introyección es la identificación. El objeto introyectado es como si se incorporara al yo del sujeto y va a formar parte de él. Hallamos generalmente los elementos de la introyección (también llamados introyectos) gestionados a través del superyó. La vinculación de los introyectos con el superyó les confiere especial virulencia  en la forma en que se adoptan, sobre todo porque al ser gestionados por esta instancia el introyecto se transforma en un imperativo moral desde entonces vinculado con la culpa y el castigo. Freud mostró esto en una de sus obras a mi entender fundamentales: El malestar de la cultura:

conocemos dos orígenes del sentimiento de culpabilidad: uno es el miedo a la autoridad; el segundo, más reciente, es el temor al super-yo. El primero obliga a renunciar a la satisfacción de los instintos; el segundo impulsa, además, al castigo, dado que no es posible ocultar ante el super-yo la persistencia de los deseos prohibidos. Por otra parte, ya sabemos cómo ha de comprenderse la severidad del super-yo; es decir, el rigor de la conciencia moral. Ésta continúa simplemente la severidad de la autoridad exterior, revelándola y sustituyéndola en parte. Advertimos ahora la relación que existe entre la renuncia a los instintos y el sentimiento de culpabilidad. Originalmente, la renuncia instintual es una consecuencia del temor a la autoridad exterior; se renuncia a satisfacciones para no perder el amor de ésta. Una vez cumplida esa renuncia, se han saldado las cuentas con dicha autoridad y ya no tendría que subsistir ningún sentimiento de culpabilidad. Pero no sucede lo mismo con el miedo al super-yo. Aquí no basta la renuncia a la satisfacción de los instintos, pues el deseo correspondiente persiste y no puede ser ocultado ante el super-yo. En consecuencia, no dejará de surgir el sentimiento de culpabilidad, pese a la renuncia cumplida, circunstancia ésta que representa una gran desventaja económica de la instauración del super-yo o, en otros términos, de la génesis de la conciencia moral. La renuncia instintual ya no tiene pleno efecto absolvente; la virtuosa abstinencia ya no es recompensada con la seguridad de conservar el amor, y el individuo ha trocado una catástrofe exterior amenazante -pérdida de amor y castigo por la autoridad exterior- por una desgracia interior permanente: la tensión del sentimiento de culpabilidad- [1]
 

Así podemos entender la proyección como el plasmar fuera, sobre otras personas u objetos, aquello que internamente supone el sostenimiento de una insoportable tensión de culpabilidad creada por la gestión superyoica (generación de culpa y castigo) de los introyectos. Veamos ahora la siguiente escena de infancia con la cual podemos intuir el carácter paranoico de Nixon como el producto del paso de la gestión de la autoridad parental a la superyoica con la inevitable tensión del sentimiento de culpabilidad interna, a la que además, y como veremos, podemos añadir el sentimiento de vigilancia permanente, la culpa persecutoria.


Escena 2. Nixon


En esta breve escena podemos poner de relieve como una autoridad materna puede derivar luego en esa tensión introyectada superyoica a través del sentimiento de culpa. Veamos los siguientes matices de esta escena:

1. En primer lugar podemos observar esa presión que se deriva de las familias de corte fanático religioso: "Puede que Harold haya perdido contacto con su biblia, pero tu no debes dejarla nunca."

2. Inmediatamente de citar la biblia sigue la acusación: ¡Y ahora dámelo! No quiero que mientas Richard, el cigarrillo que esta mañana te ha dado Harold detrás del almacén... Tras la negación de Richard sobre tal acusación una madre con expresión decepcionada se levanta diciéndole que ya no hay nada más que hablar y rápidamente Richard confiesa y se excusa: será la última vez. Lo siento madre.

3. La generación de culpa por parte de la madre y la amenaza de castigo: Yo también (lo siento). Tu padre tendrá que saber que me has mentido [...] Richard esperaba mucho más de ti (la decepción, el defraudar) 

4. Richard se arrodilla y le pide perdón: ¡Prometo no decepcionarte nunca más! 

5. Atención a las palabras de la madre ahora y que tienen que ver con la generación de la tensión del sentimiento de culpabilidad y de su peculiaridad persecutoria: Recuerda que puedo ver el interior de tu alma. Puedes engañar al mundo, incluso a tu padre, pero a mi no Richard, a mi no.


6. A lo que el pequeño Richard responde, mientras ella sonríe condescendientemente: Madre, piensa en mi como en tu perro fiel. 

7. No tienen desperdicio, finalmente, las últimas palabras del padre de Richard: Muy pronto chicos vais a tener que salir a la calle y luchar. ¡No conseguiréis nada sólo con vuestras caras bonitas! [...] La caridad no os llevará muy lejos, incluso con santas como vuestra madre. La lucha es lo que da sentido a la vida no la victoria, la lucha. Cuando dejas de luchar es cuando te han vencido, y luego acabas en la calle con la mano extendida.

Vemos aquí, de manera más fácil e intuitiva la estructura de un introyecto:
 
Ley (Imperativo): La lucha es lo que da sentido a la vida no la victoria, la lucha.
La culpa: Cuando dejas de luchar es cuando te han vencido.
El castigo: acabas en la calle con la mano extendida.

No deja de sorprender esta frase materna de "Recuerda que puedo ver en el interior de tu alma", que se transforma en la gestión del superyó como un "ojo de Sauron" que todo lo ve, en todo instante, en cualquier espacio... que está allí siempre observando. Algo de la historia final de Nixon tiene que ver con todo esto, en especial por las consecuencias derivadas del caso Watergate, donde finalmente cumple con exactitud los castigos de los imperativos superyoicos: en cierta forma "acabó con la mano extendida" y finalmente cosechó la profunda decepción del país al que decía haber servido y que tanto le necesitaba.

3. SOBRE LA CULPA PERSECUTORIA.

Melanie Klein
No es este el lugar para extendernos al respecto, pero es importante destacar, y en especial a partir de los estudios de Melanie Klein y sus discípulos, la diferenciación de dos tipos de culpa: la culpa depresiva y la culpa persecutoria. Es importante distinguirlas porque esta última esta muy relacionado en la configuración del caracter paranoico. Veamos el siguiente texto acerca de este tipo de culpa que coloca su origen en losprimeros albores de la vida de un ser humano:

Si el yo siente una culpa prematura y todavía no es capaz de soportarla, esta se experimenta como una persecución y del objeto que la suscita se instura en el perseguidor [...] Aunque tenga sus orígenes en los  primeros momentos de la vida, su efecto es muy prolongado y sigue persiguiendo al individuo incluso durante su crecimiento y desarrollo [2]

Su relación con la paranoia se inscribe claramente en el siguiente texto:

El contenido típico de la culpa persecutoria se caracteriza por la acusación injusta o misteriosa de un perseguidor que también puede ser indefinido, kafkianamente vago. Esta persecución pesa sobre la existencia de quien la padece sin que sepa bien el porqué.


[...]


Así  también podrían ser reconducidos a la culpa persecutoria otras comportamientos aparentemente contrastantes, por ejemplo la excesiva desinhibición, reactiva, de tipo maníaco, o bien el sadismo cuando se revela como producto de la necesidad de identificarse con el agresor. En estos casos, una presencia (que ha sido incorporada inconscientemente) nos ataca, no inculpa, y nosotros volcamos un ataque sobre otros. [3]

Podemos ahora entender la fuerza de esa frase materna "recuerda que puedo ver en el interior de tu alma" que torna al paranoico en el perseguidor que "ve el interior de las almas". Destaquemos ahora una de las características también fundamentales que liga la culpa persecutoria con el carácter paranoico:

También podría aludir a la culpa persecutoria el resentimiento, que puede degenerar en rencor, desesperación, los comportamientos masoquistas (o sádicos) y la propensión a establecer relaciones siempre del mismo tipo, es decir, sadomasoquistas. En algunas situaciones agudas el individuo busca por todos los medios establecer relaciones de intimidad, lazos afectivos, utilizando, si las posee, toda la gama de sus capacidades de seducción, con el fin de poder descargar en el otro, después de haberlo vinculado consigo mismo, la culpa que lo persigue. [4]

Efectivamente, podemos ahora comprender bien la dimensión de esta culpa persecutoria derivada de las ideas de Melanie Klein por la introyección de esa "madre santa" que todo lo ve (era cuáquera), que escudriña constantemente el alma de Richard... y que, indefectiblemente, vive también un conflicto entre los introyectos maternos y los paternos (la caridad no os llevará muy lejos, incluso con santas como vuestra madre) que lo lanzan hacia una lucha sin fin (el padre era metodista posteriormente convertido en cuáquero).

___________________

[1] Freud, Sigmund. El malestar de la cultura. OC Biblioteca Nueva tomo III
[2] Speziale-Bagliacca, Roberto. La culpa. Bibñioteca Nueva, pág. 69
[3] Ídem anterior, págs. 67 y 68
[4] Ídem anterior, págs. 68 y 69 

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