El visionado de la película “Joker” (Todd Phillips, 2019), más allá del impacto que me causó por la actuación de Joaquín Phoenix, me llevó a una reflexión acerca de la violencia. La película, en éste sentido, ha recibido algunas críticas severas por la utilización que hace de ella, aunque creo que, más que nada, esas críticas tienen como telón de fondo el enfoque que hace la película de cómo la violencia, a partir de una acción errática de un personaje enfermo de un trastorno mental, puede inspirar y extenderse hasta llegar a alterar “el orden social”.
Mi análisis parte de que, evidentemente, el uso de la violencia no es justificable, pero eso si, el uso de todo tipo de violencia. Y, en este sentido, Joker puede leerse de muchas maneras. Yo, particularmente, más que verla como una película que hace uso de la violencia en su sentido más crudo y obvio, la veo más como una reflexión de como esta puede surgir como una respuesta posible a otro tipo de violencia menos obvia. No hace falta que me extienda mucho para hablar de dos tipos de violencia que hoy en día son tan peligrosas, o de hecho más, que aquella que nos muestra Joker, me refiero a la violencia de Estado y a la violencia del Sistema (cada vez que utilizo la palabra Sistema hay que entenderla como Sistema capitalista), un Sistema cada día más salvaje capaz de acabar con la humanidad por la explotación sin freno del planeta Tierra, así como a la sinergia que les une a ambos en su mutuo sostenimiento (en la película, el padre del futuro Batman, Thomas Wayne, es un buen ejemplo). En este sentido, Joker es como la versión “densa y perturbadora” de V de Vendetta (James McTeigue, 2006), película a la cual retornaremos.
Vuelvo a la película V de Vendetta y la comparo con Joker. Esta película, interesante, es, no obstante, más soportable por dos motivos. La primera por el protagonista, Guy Fawkes, un luchador por la libertad y contra la injusticia, no exento del componente de venganza, desfigurado pero amable y romántico, de toque aristocrático y sofisticado, contra Arthur Fleck, un enfermo con un transtorno mental psicótico, de risa perversa, de imagen espectral y terrorífica, víctima de una madre también psicótica y de abusos y maltratos terribles en la infancia, y que responde, esencialmente, a la humillación inhumana que sufre por parte del Sistema. En segundo lugar, Guy Fawkes lucha contra un régimen fascista ubicado en Inglaterra, mientras que Arthur Fleck es presentado como el protagonista involuntario e inestable, desagradable y grotesco, de una revuelta violenta contra el Sistema en una "aparente democracia."
El tema que hoy en día nos plantea Joker, como una reflexión más de fondo, es que la naturaleza del Estado en sí misma, y del Sistema por extensión, es de esencia dictatorial (la versión política, en todas sus variantes, del narcisismo maligno), más o menos maquillada, pero dictatorial en esencia. Una esencia que está más allá del ritual del voto que, como vemos cada vez más hoy en día, ha derivado en un ritual vacío de contenido, puesto que los partidos son básicamente Estado y, llegue quien llegue al gobierno acaba siendo Estado, y ser Estado, hoy en día, es ser Sistema y, por lo tanto, la violencia que ejerce continuamente el Estado, además de ser modulada perversamente, es de naturaleza parecida a la que un agresor, desde el abuso de su poder, ejerce sobre su víctima. Hoy en día, la connivencia existente entre el Estado y el Sistema, apoyado en muchas ocasiones en algunos “mass media” que son meros bufones y panfletos vendidos a sus intereses, es un verdadero escándalo humano y democrático. La naturaleza del Estado ya fue claramente desvelada por Nietzsche, uno de los grandes visionarios y desveladores de la hipocresía sobre la que se fundamenta y se eleva la supuesta dimensión moral y política, y por extensión económica, occidental.
Hoy en día se cumple, sin ningún atisbo de duda, lo que Jacques Rancière o Slavoj Zizek, entre otros filósofos y filósofos políticos, repiten cada uno en su lenguaje: EL ESTADO - Y EL SISTEMA - ODIA LA DEMOCRACIA. Joker nos muestra uno de los sentidos por los que puede surgir la violencia social: no se puede llevar a la ciudadanía al extremo de la humillación ejercida por la violencia impune e institucionalizada del Estado. En este sentido, la violencia extendida a una parte de la ciudadanía inspirada por un ser herido en la esencia más íntima de su alma y su humanidad, no es más que una posible respuesta a la violencia impune ejercida por el Estado y un Sistema cada día más inhumanos (otra respuesta posible es aquella que hace que la ciudadanía, atemorizada y menospreciada, sea susceptible a la manipulación, aun peor, de los populismos de extrema derecha). Y hay que decirlo con claridad, demasiados políticos parecen haber desarrollado hoy en día una inhumanidad perversamente narcisista.
El problema es de tal magnitud, que la general desafección política de la ciudadanía hacia sus políticos y partidos es olímpicamente ignorada por estos, así como por los representantes de los distintos poderes de Estado, por no decir el papel que los bancos y las grandes corporaciones (en España léase el IBEX35) juegan sosteniéndose mutuamente en sus intereses, para seguir con sus discursos falsos, mediocres y pobres, con sus miserables rencillas, sus patéticas luchas de poder, sus ambiciones personales y manipulaciones y el uso de pos-verdades de dimensiones indecentes y grotescas que arrollan a la ciudadanía a la que dicen representar. Conscientes del amparo del Estado y del Sistema, los políticos y demás personajes "de la corte", ya no solo no ejercen la menor autocrítica, sino que, en una especie de cinismo carente de todo sentido ético, parecen reafirmarse en que, nos guste o no, hay que aguantarles y tragarlos como son, como UN MAL NECESARIO (?).