AVISO. Por la naturaleza de los trabajos de este blog, el argumento e incluso el final de las peliculas son generalmente revelados.

domingo, 24 de febrero de 2013

EL SÉPTIMO SELLO: MUERTE Y SENTIDO

En esta ocasión me planteo abordar una de esas películas que, desde que la vi en mis primeros años de adolescencia, ejercieron una notable influencia. El septimo sello (1957) es una de esas películas emblemáticas de Ingmar Bergman - a su pesar - que afronta algunos de los temas que caracterizaron la primera época de Bergman como el sentido de la vida, la muerte o el silencio de Dios. Películas de esta primera época - que llega hasta Persona (1966) -que también abordan el tema la constituyen la trilogía formada por la ya comentada en este blog Los comulgantes (1963), así como por las otras dos: Como en un espejo (1961)  y Silencio (1963).

 Parece que Bergman se inspiró para esta película en uno de los sesenta y seis frescos medievales pintados por Albertus Pictor (Alberto el pintor) en la pequeña Iglesia de Täby en el siglo XV, a unos quince kilómetros de Estocolmo. Dicho freco se halla en la penumbra del coro y en ella se nos muestran a la muerte jugando al ajedrez con sus víctimas.

Fresco de la Iglesia de Täby de Albertus Pictor

Para muchos - entre los que me incluyo -, se trata de  una de las grandes películas del cine que a parte de disponer de una magnífico guión, se acompaña de unas imágenes y una fotografía filmada en blanco y negro de una  poesía y una belleza impactantes. El inicio de la película nos muestra imágenes inolvidables, como la entrada de la película con un cielo nublado y el fuerte resplandor que se manifiesta entre ellas a la que sigue ese mismo cielo bajo el cual se nos muestra el majestuoso vuelo de una águila...


Al inicio del Septimo sello

Tras estas bellísimas imágenes iniciales sigue la presentación del retorno del caballero cruzado Antonius Block (Max Von Sydow) a su país, una Suecia devastada por la peste negra (la voz en off recita unos conocidos versículos del apocalipsis de Juan en las cuales el cordero abre el septimo sello). Con él va su escudero Juan (Gunnar Björnstrand)... Ambos están descansando en una playa abrupta en la que de repente aparece la muerte dispuesta a llevarse a Antonius... Así se inicia la película.

Max Von Sydow como Antonius Bloch

I. ANTONIUS BLOCK: LA MUERTE INTERROGA LA VIDA.

Efectivamente, aparece la muerte (Bengkt Ekerot) quien le confirma a Antonius que viene a buscarlo... Éste le propone jugar una partida de ajedrez en la cual si vence él la muerte le permitirá seguir con vida, mientras que si pierde la muerte podrá proceder a llevárselo con ella. Así se da inicio a esta partida alrededor de la cual podremos ir viendo a diferentes personajes que se añaden en el camino de Antonius hacia su castillo.

La muerte jugando al ajedrez con Antonius

En una escena posterior se desarrolla un diálogo entre la muerte (disimulada como confesor) y Antonius que pone de relieve el tormento de Antonius, a la vez que así se nos pone en relación con los temas que Bergman aborda con la película: la muerte, de el sentido la vida, el más alla de la muerte y la existencia de Dios:

Antonius: Quiero confesarme y no se que decir... Mi corazón esta vacío. El vacío es como un espejo puesto delante de mi rostro, y al contemplarme siento un desprecio profundo de mi ser... por mi indiferencia hacia los hombres y las cosas. Me he alejado de la sociedad en la que viví. Ahira habito un mundo de fantasmas, prisionero de fantasías y ensueños.
La muerte: Y a pesar de todo no quieres morir...
Antonius: ¡Si... quiero!
La muerte: Entonces a qué esperas...
Antonius: Deseo saber que hay después...
La muerte: Buscas garantías...
Antonius: Llámalo como quieras.
La muerte: ¿¡Porqué la cruel imposibilidad de alcanzar a Dios con nuestros sentidos!? ¿¡Porqué se nos esconde en una oscura nebulosa de promesas que no hemos oído y milagros que no hemos visto!? Si desconfiamos una y otra vez de nosotros mismo como vamos a fiarnos de los creyentes. ¡Qué va a ser de nosotros los que queremos creer y no podemos! ¿¡Porqué no logro matar a Dios en mi!? ¿¡Porqué sigue habitando en mi ser!? ¿¡Porqué me acompaña humilde y sufrido a pesar de mis maldiciones que pretenden eliminarlo de mi corazón, porqué sigue siendo una realidad que se burla de mi y de la cual no me puedo liberar... me oyes!?
La muerte: Te oigo...
Antonius: Yo quiero entender, no creer... No debemos afirmar lo que no se logra demostrar. Quiero que Dios me tienda su mano, vuelva su rostro hacia mi y me hable...
La muerte: Él no habla...
Antonius: Clamo a él en la tinieblas y desde las tinieblas nadie contesta a mis clamores...
La muerte: Tal vez no haya nadie...
Antonius: ¡Pero entonces la vida perdería todo su sentido. Nadie puede vivir mirando a la muerte y sabiendo que camina hacia la nada.!
La muerte: La mayor parte de los hombres no piensa en la muerte y en la nada.
Antonius: ¡Pero un día llegan al borde de la vida y tienen que enfrentarse a las tinieblas!
La muerte: Si, y cuando llegan...
Antonius: ¡Calla! Se lo que vas a decir... que nos hace crear el miedo una imagen salvadora que llamamos Dios.
La muerte: Te estás preocupando...
Antonius: Hoy a venido a buscarme la muerte. Estamos jugando una partida de ajedrez. Es una prórroga que me da la oportunidad de hacer elago importante...
La muerte: ¿Qué piensas hacer?
Antonius: He gastado mi vida en diversiones, viajes, charlas sin sentido. Mi vida ha sido un continuo absurdo. Creo que me arrepiento... ¡Fui un necio! En esta hora siento amargura por el tiempo perdido, aunque se que la vida de casi todos los hombres corre por los mismos cauces... Por eso quiero emplear esa prórroga en una acción única que me de la paz.
La muerte: Por eso juegas al ajedrez con la muerte...


El tormento de Antonius

En ese diálogo crucial se plantea toda la temática alrededor de la cual gira la película. Sin embargo yo quiero destacar que toda ella gira en torno a lo que podemos llamar la dimensión interrogadora de la muerte a la propia vida, la de cada uno. Como su manifestación nos pone, de repente, ante ese "darse cuenta" que se hace tan aterrador a Antonius: "He gastado mi vida [...] Mi vida ha sido un continuo absurdo." Antonius, a su vez, nos pone en contacto con lo que el llama las tinieblas: "Nadie puede vivir mirando la muerte y sabiendo que camina hacia la nada." El absurdo que Antonius siente acerca de como ha vivido no es más que su propia falta de sentido que se proyecta de repente como una profunda necesidad de tener "garantías" sobre la continuidad en un más allá. Pero el miedo a como "gastó su tiempo" se transforma en una necesidad de certeza... de certeza de Dios y del más allá, porque si no es así el dolor y la angustia de la vida vivida sin sentido y enfrentada a la posibilidad del abismo de la nada se torna en un profundo tormento. La posibilidad de la nada, del horror de la nada (ver la entrada dedicada al Viaje alucinante al fondo de la mente) se transforma entonces en un espejo del vacío del corazón de Antonius, y nada más horroroso que llegar consciente de una vida vacía - un corazón vacío - ante la muerte sentida entonces como la puerta a la nada. Se cumplen así en Antonius las palabras de Kierkegaard cuando dice:

Así la muerte es el arquetipo más conciso de la vida, o bien la vida es restituida a su más concisa figura en la muerte. Por eso ha sido siempre tan importante para aquellos que piensan de verdad sobre la vida humana, contrastar muchísimas veces, recurriendo a este conciso arquetipo, lo que han comprendido  acerca de la vida. Porque ningún pensador puedo puede con la vida tal y como lo hace con la muerte... [1]

- El horror de la nada.

En una escena posterior de la película podemos notar la angustia de Antonius cuando en su camino se cruza con la ejecución de una joven acusada de bruja (Maud Hansson)...

Antonius: Te acusan de tener pacto con el diablo.
Joven: ¿Porqué hablas conmigo?
Antonius: No es por curiosidad sino por graves razones personales... Quisiera ver al diablo.
Joven: ¿Para qué?
Antonius: Quiero verle y preguntarle sobre Dios. El sabe más que nadie y me revelará.
Joven: Puedes verla cuando quieras.
Antonius: ¿Cómo?
Joven: Siempre está cerca de mí... Mírame a los ojos... ¡Fíjate! ¿No le ves?
Antonius: Lo único que veo en tus ojos es el horror que paraliza tus púpilas.
Joven: ¡Oh! ¿No ves a nadie? ¿A nadie? Tal vez se encuentre a tu espalda.
Antonius: - se gira hacia atrás agitadamente - No... tampoco.
Joven: Pero si él esta siempre conmigo... Hasta los monjes lo han visto. Basta que yo alargue mi mano para encontrarme con la suya, ni el fuego podrá hacerme daño.
Antonius: ¿Te lo ha dicho él?
Joven: Yo lo sé...
Antonius ¿¡¡Te lo ha dicho él!!?
Joven: Yo lo sé... Yo lo sé. ¿No lo ves en mis pupilas? Él es mi fuerza y me seguridad, por eso todos me temen, porqueno resisten la presencia de él.

Antonius le mira decepcionado... No ha hallado ni su encuentro ni la respuesta que logre apagar su inquietud y tormento. En un breve encuentro inmediatamente posterior con La muerte ésta le increpa diciéndole: ¿Acabarás de hacer preguntas?, a lo que Antonius le responde: No... no acabaré. Nadie te responderá - le contesta la muerte -. En un último intento, antes de que se queme a la joven en la hoguera, Antonius la coge por su cabeza y la mira fijamente a sus ojos en nuevo intento de... ver.

Antonius busca ver al diablo...
Juan, su escudero, personaje del que hablaremos más adelante, le pregunta a Antonius: "¿¡Que es lo que ve!? [...] ¿Quién la va a recibir en el más allá? ¿Serán los ángeles, o Dios o el diablo o simplemente la nada? ¿Será la nada señor?" A lo que Antonius, desesperado responde: "¡¡La nada no puede ser !!". Pero Juan prosigue: "Mira sus ojos... Su pobre cerebro está haciendo ahora un terrible descubrimiento. Se sumerge en el abismo de la nada." Antonius, profundamente desesperado grita un desgarrado NO. Y Juan finaliza diciendo: ¡Me subleva nuestra impotencia para ayudarla! ¡Porque es igual al suyo nuestro espanto! en un fina observación de todo el mecanismo de proyección que se da en esta escena, y en la cual la mirada de la joven es el espejo sobre el que se proyecta el horror de los que la miran en esa su mirada final ante la muerte.

II. EL ESCUDERO JUAN Y EL ESCEPTICISMO.

La figura del escudero se encuadra en la clásica tradición que nos ilustró el Quijote, en el cual su figura es la justa contrapartida del caballero. Juan (Gunnar Björnstrand, uno de los actores de Bergman) se nos muestra como un hombre consciente de los horrores de la guerra en la que acompañó a su caballero, aparece como un hombre descreído, a veces mordaz, en otras compasivo: - "Aquí tienes al escudero Juan. Se ríe de la muerte, blasfema de Dios , se burla de sí mismo y sonrie a las mujeres. Su mundo es solo el mundo de Juan, un pobre bufón ridículo para  todos e incluso para sí mismo. Tan indiferente es para el cielo como para el infierno" - dice al pintor de frescos (Gunnar Olson) de la pequeña iglesia en la que hacen parada con su señor -. Esta es una buena definición definición del escudero Juan.

El escudero Juan (a la izquierda) con el pintor de la iglesia.

En un posterior encuentro Juan se encuentra con Raval, un antiguo profesor de seminario "reciclado" ahora en ladrón de bienes de los muertos al que Juan le atribuye haber ·envenenado" a su señor para que se embarcara en la locura de la Cruzada. Este episodio, junto con el de la profesión de penitentes y la ejecución de la joven acusada de bruja ponen el referente del papel de la religión oficial como representantes de un Dios paranoico y vengativo al estilo del Yahvé bíblico que representan el discurso antivida que durante siglos la ha caracterizado.

Al final de la película, cuando la muerte viene a buscar al caballero y a todos aquellos que están con él, Juan es el que muestra una actitud valiente y noble a diferencia de la cobardía y desesperación con la que Antonio la afronta, y pone de relieve la discusión que se plantea entre vida y sentido a través de la presencia de la muerte:

Antonius: De profundis clamavi ad te dominem (Desde las profundidades te llamé, oh Señor)... ¡Oh Dios, ten misericordia de nosotros que vivimos en las tinieblas pues que somos pequeños y estamos angustiados!
Juan: En las tinieblas que confiesas vivir, en las que confieso que vivimos los hombres no encontrarás a nadie que escuche tu angustiosa súplica y se pueda conmover. Sécate las lágrimas y mira el fin con serenidad.
Antonius: ¡Oh Dios, estés donde estés! Porque ciertamente debes de existir, ten misericordia de nosotros.
Juan: Hubieras gozado más de la vida despreocupándote de la eternidad, pero es demasiado tarde. En éste último instante goza al menos del prodigio de vivir en la verdad tangible antes de caer en la nada.
Karin: - la esposa: de Antonius - Silencio... silencio...
Juan: Si, me callaré... Callaré protestando.

Juan: Sécate las lágrimas y mira el fin con serenidad.

Se realiza aquí uno de los temas esenciales que propone la Gestalt: el centramiento en el presente, en el aquí y el ahora. Veamos la reflexión, en relación también a la consciencia de la muerte, que al respecto realiza Claudio Naranjo, quien citando a los poetas romanos clásicos Ovidio y Horacio nos dice que comparten no solo:

Claudio Naranjo
... su hedonismo y su centrarse en el presente, sino que también las alusiones a la crueldad de su época: "tempux edax rerum" (el tiempo devora las cosas). Por lo tanto parecería que la prescripción de vivir en el presente va de la mano con la toma de consciencia de la muerte - ya se a la última muerte o la muerte crónica del momento, a medida que se convierte en recuerdo. En ese sentido es una percepción del pasado como la nada ola irrealidad.

En ambos sentidos aludidos arriba, la conciencia de la muerte potencial también es parte del espíritu de la terapia gestáltica, porque tal toma de conciencia es  inseparable de la consciencia humana cuando 1) es lavada de la evitación del desagrado y, 2) es liberada del velo de las satisfacciones ilusorias de la irrealidad: el pensamiento deseoso y las reminiscencias regresivas.

Yo quisiera sugerir que la tríada de
1) centrarse en el presente,
2) la perspectiva del presente como un regalo de placer y,
3) la consciencia de la muerte o descomposición potencial,
configura un arquetipo: una experiencia para la cual la potencialidad yace en la naturaleza humana... [2]

Sin embargo, Juan es la visión que aunque clara y valiente también se sofoca en la nada y la falta de sentido... En su tono de voz no deja de observarse una cierta amargura y enfado y, a pesar de la simpatía que despierta su protesta, en ella también se observa su desengaño. Efectivamente, algo que caracteriza a todos los que llegan al castillo de Antonius es la soledad y la falta de amor. Efectivamente, Antonius y su escudero Juan, su esposa Karin (Inga Landgré) a la que reencuentra en el castillo, la misteriosa joven (Gunel Lindblom) que no habla y que acompaña a Juan, y la pareja representada por el herrero (Ake Fridell) y su mujer Lisa (Inga Gill), son seres que llegan al final sólos y sin amor. Sin amar ni ser amados. Quizá esta sea la clave de la cuestión cuya respuesta debemos buscarla en otros protagonistas de la película: los juglares o comediantes.

III. LOS JUGLARES: AMOR E INOCENCIA.

Efectivamente, los juglares o comediantes son el "aire fresco" que recorre el general tono sombrío de la película con la muerte como protagonista y el desvarío religioso por el otro. Sus protagonistas no en vano se llaman José (Nils Poppe) y María (Bibi Andersson) que junto con su pequeño hijo Miguel y otro comediante llamado Jonas (Erik Strandmark) viajan en su carro dando representaciones de un pueblo a otro.

Representación de los juglares
José, María y su hijo Miguel representan los únicos personajes entre los que el amor está presente, el amor entre ellos y el amor a su hijo, también el amor a los que a ellos se acercan y a su vocación de llevar alegría y diversión... En una de las escenas de la película sorprende el contraste entre su espectáculo que, de repente, se ve interrumpido por la procesión de penitentes con todo su desfile de atrocidades. Todo un mundo de sufrimiento, horror, culpa y castigo. Y de entre entre ellos surge un monje que lanza un discurso absolutamente anti-vida, culpabilizador y castigador.

Procesión de los penitentes.

La ligereza de los juglares, su humor y espontaneidad contrasta con toda esa densidad con la que se carga el oscurantismo y el sadismo religioso.

Es precisamente con ellos con los que Antonius vive uno de esos contactos gozosos con la vida. el único momento donde el caballero parece darse cuenta de lo importante que es el amor y el amistad:

La fe es un grave sufrimiento. Es como amar a alguien que está fuera en las tinieblas que no se presenta por mucho que se le llama. Sentado aquí, con vosotros, que irreales resultan estas cosas. Pierden su importancia [...] Siempre recordaré este día. Me acordaré de esta paz, de las fresas y del cuenco de leche, de vuestros rostros a esta última luz. Me acordaré de Miguel así dormidito y de José con su laúd. Conservaré el recuerdo de todo lo que hemos hablado. Lo llevaré entre mis manos, amorosamente, como se lleva un cuenco lleno de leche hasta el borde... Me bastará este recuerdo como una revelación.

Amistad con los juglares

"Me bastará este recuerdo como una revelación" es como un pequeño momento de claridad de nuestro atribulado caballero que de repente parece comprender cuan importante es aprovechar el momento presente ante el cual los más densos pensamientos se hacen pequeños y se apaciguan. En este momento se le pueden aplicar a Antonius la reflexión que al respecto hace Claudio Naranjo:

tales quejas y lamentos no son más que un mal juego que jugamos con nosotros mismos - un aspecto más del hecho de rechazar el éxtasis potencial del ahora. En el fondo, estamos donde queremos estar, estamos haciendo lo que queremos hacer, aun cuando equivalga a una tragedia aparente. Si podemos descubrir nuestra libertad dentro de nuestras esclavitud, también podemos descubrir nuestra alegría esencial bajo la cubierta de victimización. [3]

José y María, aun a pesar de vivir rodeados del terror de la muerte que la peste representa sea cual sea el lugar al que vayan, parecen instalarse en vivir en la ligereza de la alegría del momento sobreponiéndose con ella al pensamiento trágico con el que suele apegarse nuestra mente cuando se dan las circunstancias. El ideal de que el mundo o la vida son buenos depende, como en tantas cosas, de como participa en él el participante... y, fundamentalmente, de la aceptación del presente y de la actitud con la que éste se afronta. En esta reunión de los juglares con el caballero y su escudero, María parece dar una lección a Antonius cuando tras hablar de lo hermosa que es la amistad, Antonius se queja de que dura poco, a lo que María le responde: "Como todo. Un día sucede al otro. Todo tiene su atractivo". El sentimiento de lo trágico, que estudiamos en detalle en las entradas dedicadas a la película de Orson Welles El proceso de Kafka, deriva de ese apego al aspecto sombrío de la vida, a sus dificultades y contrariedades así como al sentimiento de impotencia con el cual afrontamos las circunstancias.

IV.  MUERTE Y SENTIDO: camino hacía la totalidad psíquica y existencial.


Entendiendo la muerte como un aspecto de la vida humana que la interroga, y tal y como nos van mostrando los distintos personajes de El septimo sellopodemos establecer una relación entre la muerte y la existencia, y entre esta y la totalidad psíquica a la que, como dijo Jung, tiende nuestra psique a la vez que también nos resistimos a ello, o en palabras de Claudio Naranjo: Siempre estamos buscando terminar lo inconcluso, completar la gestalt incompleta y, sin embargo, siempre estamos evitando hacerlo [4] - Gestalt puede traducirse como totalidad -. En el libro Un mago de Terramar, su autora, Ursula K. Leguin nos dice en un momento de la aventura:

... a medida que un hombre adquiere más poder y sabiduría, se le estrecha el camino, hasta que al fin no elige, y hace pura y simplemente lo que tiene que hacer...[5]

Ese hacer pura y simplemente lo que tiene que hacer sería esa consideración de la existencia como una gestalt completa, en el sentido de que el hombre de sabiduría no se interrumpe neuróticamente y, en consecuencia, se gestiona con las frustraciones externas: hace lo que tiene que hacer. Y por lo tanto, en la medida en que somos capaces de desarrollar nuestra vida y hacemos lo que tenemos que hacer, esa vida va tomando forma, una forma existencial por la que, progresivamente, nos sentimos más satisfechos con ella. Para mí, una de las descripciones más realistas e impactantes en ese aspecto gestáltico de la existencia proviene de C. G. Jung, quién en su libro de memorias – escrito en colaboración con Aniella Jaffé – nos dice, ya hacia al final de su vida, y en relación con ella:

Estoy contento de que mi vida haya transcurrido así. Fue una vida rica y me ha aportado muchas cosas. ¿Cómo hubiera podido esperar tanto? Fueron cosas puramente inesperadas las que sucedieron. Mucho hubiera podido quizás ser de otro modo, si yo mismo hubiera sido otro. Pero fue como debía ser; pues es por ello que soy como soy. Mucho ha surgido intencionadamente y no siempre resultó ventajoso para mí. Sin embargo la mayoría de cosas se han desarrollado naturalmente y por la intervención del destino. Me arrepiento de muchas tonterías que han sido causadas por mi obstinación, pero sino hubiera sido por ellas no hubiera alcanzado mi objetivo. Así pues, estoy desilusionado y no estoy desilusionado. Estoy desilusionado de los hombres y de mí mismo. He aprendido cosas maravillosas de los hombres y yo mismo he logrado realizar más de lo que me esperaba. No puedo formarme un juicio definitivo porque el fenómeno de la vida y el fenómeno del hombre son demasiado grandes. Cuanto más avanzaba en edad menos me comprendía, o me reconocía o sabía de mí.


De mí estoy asombrado, desilusionado, contento. Estoy triste, abatido, entusiasmado. Yo soy todo esto también y no puedo sacar la suma. No estoy en condiciones de comprobar un valor o una imperfección definitivos, no tengo juicio alguno sobre mi vida ni sobre mí. De nada estoy seguro del todo. No tengo convicción alguna definitiva, propiamente de nada. Sólo sé que nací y existo y me da la sensación de que soy llevado. Existo sobre la base de algo que no conozco. Pese a toda la inseguridad, siento una solidez en lo existente y una continuidad en mi ser.[6]

Contemplado desde esa perspectiva de completitud – que incluye la incompletitud -, de formación – que incluye lo no formado -, la definición de Gestalt o Totalidad incompleta deviene en la dificultad de un ser humano para realizar su existencia, entendida esa existencia como aquella que surge del desarrollo de la propia  experiencia. En ese caso la existencia es más pobre, más incompleta, en tanto en cuanto un ser humano está más bloqueado para experienciarla, una pobreza relacionada con  la dificultad para ganar experiencia - propio de lo neurótico -. En consecuencia, tanto más completa es la vida cuando se “llena” de experiencia, o en las siempre lúcidas palabras del poeta:

                                          Pide que tu camino sea largo.
                                          Que numerosas sean las mañanas de verano,
                                          En que con placer, arribes a bahías nunca vistas.
                                           …
                                         
                                          Ten siempre a Itaca en la memoria.
                                          Llegar allí es tu meta.
                                          Más no apresures el viaje.
                                          Mejor que se extienda largos años;
                                          y en tu vejez arribes a la isla
                                          con cuanto hayas ganado en el camino,
                                          sin esperar que Itaca te enriquezca.

                                          Itaca te regaló un hermoso viaje.
                                          Sin ella el camino no hubieras emprendido.
                                          Más ninguna otra cosa puede darte.

                                          Aunque pobre la encuentres, no te engañará Itaca.
                                          Rico en saber y vida, como has vuelto,
                                          comprendes ya que significan las Itacas [7].


Ante la muerte

Cuando nos atrevemos a interrogar nuestra vida a la luz de la consciencia de la muerte se comprenden muy bien los versos de Kavafis así como los de Machado:


Caminante, son tus huellas
El camino, y nada más;
Caminante, no hay camino,
Se hace camino al andar.
Al andar se hace camino,
Y al volver la vista atrás
Se ve la senda que nunca
Se ha de volver a pisar.[8]


Hay, en el sentido que aquí mostramos, un claro paralelismo entre la idea de gestalt como tendencia a realizar la propia existencia con el principio de individuación de Jung, quién lo define como:

El proceso de formación y particularización de los seres individuales y, en especial, el desarrollo del individuo psicológico como ser distinto de lo general, distinto de la psicología colectiva. La individuación es, por tanto, un proceso de diferenciación cuya meta es el desarrollo de la personalidad individual. La necesidad de individuación es una necesidad natural, en cuanto que impedir la individuación mediante normas inspiradas preponderantemente o casi exclusivamente en criterios colectivos significa perjudicar la actividad vital individual. [9]

Lo cual no es a costa de la colectividad, sino que el proceso de individuación conlleva a relaciones más amplias e intensas:

El proceso de individuación tiene dos aspectos principales: por una parte es un proceso interno o subjetivo de integración; por otra es un proceso objetivo de relación  igualmente imprescindible. Lo uno no puede ser sin lo otro, aunque el primer plano lo ocupe ora lo una, ora lo otro.[10]

No parece pues extraño que la vida relacionada con el ganar experiencia sea aquello que le confiere sentido, tanto en el de la totalidad psíquica como en el sentido entendido como camino de propia vida. La consciencia de la muerte como interrogadora de la vida nos indica que no nos distraigamos y que mal negocio es "dejar para mañana aquello que puedes hacer hoy" teniendo en cuenta que ni tan siquiera esto puede considerarse una sentencia definitiva, pues considerada como sentencia, tiene también sus obvias excepciones...


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[1] Kierkegaard, Soren. Las obras del amor. Sígueme ediciones,pág.413
[2] Naranjo, Claudio. La vieja y novísima gestalt. Actitud y práctica. Editorial Cuatro Vientos, pág. 44
[3] Ídem anterior, pág. 50
[4] Ídem anterior, pág. 46
[5]  Le Guin, Ursula K. Un mago de Terramar (Libro I de Los Libros de Terramar). Minotauro.
[6] Jung, C. G. Recuerdos, sueños, pensamientos. Biblioteca breve. Seix Barral.
[7] Kavafis, Constantino. Poesías Completas. Traducción de José María Alvarez. Poesía Hiperion.
[8] Machado, Antonio. Campos de Castilla – CXXXVI – Proverbios y cantares.
[9] Jung, C. G. Tipos psicológicos. Definiciones. Edhasa.  Par. 854
[10] Jung, C. G. Psicología de la transferencia. Obras completas Vol. 16. Editorial Trotta. Par. 448



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domingo, 3 de febrero de 2013

EPÍLOGO A LOS VISITANTES DE LA SOMBRA: UNA HISTORIA DE SACRIFICIO Y TRAICIÓN.


Dalí: Geopolítica de un niño mirando el nacimiento de un hombre
La dinámica que observamos entre creador y creatura en nuestra última entrada no es más que la dinámica final con la que se nos confronta con esos visitantes de la sombra. Una dinámica que, a través de estos monstruos de la literatura y del cine, podemos finalmente contemplar como una metáfora de una historia de sacrificio y traición. Una historia de la pérdida de objeto y de la pérdida de sí mismo y también del sacrificio y de la traición implícita en esa recuperación de la propia subjetividad. La historia de nuestro desarrollo nos muestra como, al decir de Lacan – cristalinamente mostrado en la función del espejo –, nos habita una “discordia” fundamental, una discordia que tiene sus orígenes en un sacrificio:

El sujeto, para ser tal, al entrar en el orden simbólico, debe realizar un sacrificio fundamental: una castración de su goce, alienándose en el mundo simbólico del lenguaje y la ley; de este modo el sujeto se sitúa siempre separado del objeto del deseo y se ve obligado a perseguirlo sometiéndose al orden social, a los otros. [1]

Esa entrada en lo simbólico lleva al niño, en cuanto al deseo, a realizar el primer gran sacrificio al producirse un cambio en lo que es la pregunta fundamental, aquella que va de qué quiero yo a qué quieren los otros de mí o a qué soy yo para ellos. Desde ese momento orientamos nuestro deseo como deseo del otro. Este sacrificio de la creatura ante su creador (el acceso al mundo simbólico primero en el entorno familiar, luego en el social) transforma la relación entre ambos como una relación amo-esclavo (Hegel, Kojeve y Lacan se han ocupado profundamente de esta relación), como una relación entre un rey y su súbdito (no es acaso el hombre en el paraíso un mero ornamento de Yahvé al que simplemente se le exige sumisión como condición de habitar dicho paraíso).

Ese sacrificio que implica el ser para el Otro se transformará progresivamente en una traición al propio ser, una traición a sí mismo, un sesgo en la totalidad del ser que estructura un yo y un no-yo. Es un hecho que se observa en el tema de los hombres-máquina, identificados claramente con la sombra (Darth Vader, Robocop, Soldado universal, o la misma trilogía de Bourne) en la que todos, en algún momento, empiezan a sentir la añoranza del ser que les habita, imponiéndose a la exigencia del sesgo que les exige ser la fría e implacable máquina al servicio del Otro (El Imperio, el Orden público, el Patriotismo al servicio del Interés nacional).

Robocop, otra imagen clásica del hombre máquina
La dinámica entre la máscara social del yo y su sombra, de hecho entre el yo y su sombra, es el testimonio psíquico de ese sacrificio del ser para el otro que es a la vez traición a sí mismo, y que nos muestra finalmente que toda la búsqueda del deseo del ser humano no es más que un reflejo de un anhelo que corresponde a esa discordia de origen en el que los devenires del deseo humano no responden más que al anhelo de sí mismo:

Cuando Lacan habla del objeto de deseo como algo perdido desde el origen, no quiere decir que para el sujeto nunca se produzca el encuentro con el objeto de deseo, encontrando solamente por el camino substitutos parciales, sino que en realidad, el objeto perdido en origen, es el sujeto mismo; es el sujeto como objeto. [2]

El camino de vuelta, el largo camino de vuelta no es más que un camino hacia uno mismo. Una inversión de los sentidos del sacrificio y de la traición que se sitúan  en el paso que va del sacrificio al deseo del otro y de la traición hacia sí mismo a la traición del Otro como acto de entrega (que no de sacrificio) a sí mismo. En las preclaras palabras del analista junguiano Aldo Carotenuto:

Aldo Carotenuto
Porque la traición es siempre un pasaje – este es su significado etimológico, una “entrega” al otro que siempre se traduce en una confesión de debilidad y una petición de ayuda, y que por lo tanto siempre lleva consigo el riesgo de la pérdida, del abandono. Pero para vivir con plenitud la propia existencia es necesario este pasaje por la “muerte”, este reconocimiento del límite, de la finitud, este saberse traidor y traicionado.

Los escenarios de la traición son múltiples: sim embargo, me parece que la escena originaria se abre en el interior de la relación más precoz, la primera traición es precisamente la perpetrada en relación con el que nace en el momento que se le atribuye, mediante el nombre, la proyección fantasmagórica de los padres. Destino inevitable, descrito en la historia misma del acontecer humano, que nos condena a encarnar el deseo del otro y a tener que esforzarnos para conseguir separarnos de su/nuestro fantasma. [3]

Empezamos a acceder a nuestra subjetividad, a pertenecernos como sujeto desde el momento que traicionamos ciertos mandatos familiares (vividos como real traición a los padres) inscritos como introyectos o creencias absolutas gestionadas por el superyó, y que de no hacerlo nos impedirán dar sentido a nuestra propia existencia, a la posibilidad de seguir nuestro camino. La creatura deviene en creador en la medida que abandona su creador, en la medida en que se resiste a adoptar la mera posición de súbdito, de ser simplemente objeto de deseo del otro... Sólo en ese momento se repara la traición que representó el sacrificio original: el ser en función del deseo del otro. Una traición que no sólo es ser para uno mismo, sino estar con el otro desde sí mismo, desde nuestro ser. Un ser que por afirmación de sí mismo está dispuesto a vivir su propia vulnerabilidad que incluyen el reconocimiento del límite y de la finitud. Reconocimientos, por otro lado, desde los que sólo se pueden dar la libertad y el amor.

Quizá por esto la experiencia del monstruo de Frankenstein es la más dolorosa: la creatura que desde el mismo instante de su creación ya es desechada, repudiada incluso como posibilidad de existir para el deseo del otro... Esta separación de creador y creatura, de rechazo y repudio no es más que la misma historia que existe entre nuestro yo y nuestra sombra... Sombra de dios perdida. Es la discordia que existe en nuestro interior, esta herida que nos habita es el sacrificio que solo puede reparar una traición justo hacia aquello por lo que nos sacrificamos... La traición, entendida en estos términos no es más que entrega a nosotros mismo y, por ende, a los otros de una forma más veraz y auténtica, donde el otro ya no es un simple espejo sino un otro distinto, otro con el que relacionarme tanto desde su deseo como desde el propio, o como decimos en gestalt, una relación, un vínculo yo-tú.

Para acabar este epílogo citar simplemente un fragmento del sueño de un paciente mío que amablemente me ha permitido publicar y que tiene justamente como protagonista al monstruo de Frankenstein:

Me siento con mucho miedo. Temo que me descubran… Llego ahora a una plaza y veo un cadáver en el suelo… Voy hacia a él y al acercarme veo que el cadáver es parecido al monstruo de Frankenstein… Al verlo siento pena pero también mucho miedo. Al acercarme más veo entonces que este ser no está muerto, que aun respira y que empieza a abrir los ojos… Aun con miedo una profunda tristeza me invade cuando al mirarle veo que sus ojos son los míos... y que su mirada hacia mí es también de una profunda tristeza... Ahora yo sé que también soy él... Me despierto llorando.

Así empieza, en ocasiones, el largo camino de vuelta. Un largo camino, posiblemente interminable, hacia nosotros mismos.

Frankenstein y la niña
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[1] Antón Fernández, A. J. Slavoj Zizek. Una introducción. Editorial Sequitur, pág. 87
[2] Ídem anterior, pág. 86
[3] Carotenuto, Aldo. Amar y traicionar. Paidós Junguiana, nº 10, pág. 11